Así que el padre Cristian me llevó a un convento y allí me estuvieron educando. Aprendí a coser, cantar, cocinar y a leer. También me mostraron el amor hacia Dios pero no lo veo algo incomprensible e ilógico puesto que por mas que me lo intentaban mostrar, yo nunca lo encontré. Al final, acababa afirmando con la cabeza a todo lo que me decían relacionado con ese tema.
A los diez años empecé a tener problemas con las monjas. Decían que era una chica extraña y me empezaron a llevar a psicólogos, psiquiatras...La cosa llegó tan lejos que gasta me llevaron a exorcistas y todo por mi manera de ser y de pensar. No consiguieron sacar nada en claro en dos años y me acabaron trayendo aquí, donde estoy ahora: una especie de hospital psiquiátrico en el que no puedes salir de tu habitación a no ser que te quieras comunicar con las chicas de tu edad, las cuales están verdaderamente locas y lo demuestras tirándose al suelo, gritando y diciendo cosas sin sentido. Por eso preferí encerrarme en el cuarto y pensar en todo.
Bueno, se va haciendo tarde y creo que ha llegado el momento: voy a enfrentarme con el Kantigón.