Otro día más, otro ayer más. Nada ha cambiado excepto el deseo de querer convertirme en mariposa. Si...en mariposa. Ser tan libre como ella y tan diminuta como si pareciera invisible. Tras esto me siento tan trágicamente perfecta y tan majestuosamente feliz que no sé qué pensar.
Todo deriva de aquel sueño...si, ese sueño con esa mariposa, aquella mariposa que poseía esos colores tan especiales y relucientes, aquellas alas que se movían tan rápido que las hacía casi imperceptibles.
Parecía todo tan real que hasta he llegado a creermelo. Era todo tan bonito que incluso me desperté con una sonrisa en la cara que denotaba un comportamiento ilógico en mí: era responsable, como si ese sueño le hubiera afectado de alguna manera a mi forma de ser y de ver las cosas. Está claro que ahora veo la vida de un modo más optimista y que además estoy completamente agradecida de no haberme suicidado, porque si lo hubiera hecho, nunca habría podido llegar a la conclusión de que la realidad no es la felicidad sino que la felicidad son los sueños.
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